La nueva Emma Watson


«¡Belleza y carrera! ¡Por favor! Preguntas sobre belleza y carrera…”. El encargado de prensa de la firma de cosméticos que ha sentado a Emma Watson (París, 1990) en el enorme sofá de esta suite en la segunda planta de un hotel de la capital francesa pierde la paciencia con el mismo buen gusto con el que viste. Dos minutos antes de su irrupción en la sala para atajar un conato de arranque de sinceridad por parte de Watson, la actriz –que ha venido a hablar de su pintalabios y de su próxima película a las órdenes de Sofia Coppola– estaba encantada ante el perfil que sus encuentros con la prensa tienen cuando aparece dispuesta a compartir trucos de belleza con su interlocutor. “Las preguntas son divertidas, es más relajado”, anunciaba minutos antes la chica que a los nueve años logró el papel de Hermione Granger en la saga Harry Potter.

Ahora la conversación toma otro rumbo. “¿Un desnudo frontal como el de Daniel? Bueno, creo que hay otras formas de desmarcarse de Harry Potter. No me gusta pensar en mi carrera a partir de ahora como una reacción ante lo que hice antes, porque es algo que me ha ayudado a ser lo que hoy soy. Prefiero pensar y escoger mis trabajos en positivo”. Watson marca de esta forma distancias con el formato de carrera pos-Harry Potter que ha escogido Daniel Radcliffe y que poco tiene que ver con el camino que ha emprendido ella. En la sala de al lado, el responsable de prensa debe de estar mordiendo las cortinas. “Es complicado, porque soy joven y hay poca gente a mi alrededor dispuesta a decirme que no. Eso puede ser un problema. Mucha gente depende de mí… Es difícil decir no a la gente. Nunca seré capaz de hacer suficiente, siempre querrán más de mí. Cuando admito que jamás lo haré todo, me siento mejor. Hago lo que puedo”. Y ahí el hombre ya no puede más y vuelve a irrumpir en la sala. “¡Belleza y carrera!”, repite antes de volver a desaparecer.

Watson, toda naturalidad, sorbe su agua y prosigue su discurso como si nada. “¿Sabes? A veces me aburro, pero mi padre siempre dice que la gente que se aburre es aburrida. Trato de no olvidarlo. Siempre hay cosas que puedes encontrar interesantes y hacerlas tuyas”, insiste sin determinar exactamente a qué se refiere esta chica que, tras 10 años trabajando en cine sin parar, se cansó de que el público la viera crecer en directo y se enroló en la Universidad de Brown. Allá las cosas no fueron exactamente como estaba planeado, por lo que su periodo sabático con respecto al cine fue interrumpido para enrolarse en el rodaje de Las ventajas de ser un marginado, un filme de aires generacionales que le permitió ensayar su acento norteamericano y definir el perfil de su carrera, orientada ahora al cine más independiente, aunque realmente lo que a ella le gusta son las comedias románticas como Notting Hill. Justo al revés de lo que dicen todas las actrices, que admiten amar el cine de arte y ensayo, pero asumen la necesidad de rodar productos alimenticios. Hasta en esto es original Watson. “Je, je, no lo había pensado así. No sé, cuando llego a casa y quiero ver cine, lo hago para desconectar. Si supiera la de basura que veo”, bromea.

Su próxima cinta llegará con la firma de Sofia Coppola y trata sobre The Bling Ring, una banda de malhechores adolescentes que se dedicó durante una época a colarse en las mansiones de algunas celebridades de Beverly Hills. Se esnifaron la cocaína que guardaba en casa Paris Hilton y mearon en el salón de la mansión de Orlando Bloom y Miranda Kerr, además de sustraer dinero y joyas de cada palacete en el que entraban. Gracias a ellos, el mundo supo que Paris Hilton no solo pierde el móvil cada semana, sino que también es incapaz de recordar cerrar la puerta de su casa. La historia le ha ayudado a la actriz a plantearse su exposición. “Es una reflexión sobre la fama, y eso me interesó mucho. Con esta historia he aprendido a entender cosas sobre mi perfil público. Por ejemplo, no puedes ser siempre tú misma al 100%. Debes ser profesional. Al final, cuando hablas es para promocionar tu trabajo, no puedes pecar de demasiada sinceridad. La persona que conversa ahora contigo no es la misma que habla con su familia o sus amigos. De cualquier modo, trato de mostrarme tan honesta como puedo, sin olvidar jamás que esto es un trabajo”.

A pesar de la vorágine en la que está envuelta, espera poder terminar este año, tras su segundo periplo universitario en Oxford, su carrera con un último semestre de nuevo en la Universidad de Brown. “En la Universidad me siento cómoda, aunque, una vez más, cuesta ser una misma cuando te están observando. Pensaba que pasaría más desapercibida”, apunta. “A veces debo tener cierto aspecto para poder promocionar mi trabajo. Debo esforzarme en eso y ser parte del juego, pero debo luchar porque el juego no se adueñe de todo. Una vez más, se trata de que, detrás de todo ese ruido y esas obligaciones, yo sea capaz de dar con ese punto en el que puedo proyectar un poco la esencia de lo que soy. Está claro que te diluyes en el personaje que creas, pero también soy consciente de que al público también le interesa ver un poco de la persona”. Y esa persona, a pesar de su juventud, sabe exactamente dónde marcar las líneas rojas con respecto a su intimidad y, sobre todo, sabe darle al público lo que pide. “¿Que te cuente una intimidad?”, susurra la actriz, fingiendo que nos sigue el juego para evitar una tercera visita del jefe de prensa. “Vale. Allá voy: soy una jugadora de tenis de mesa excelente. Nadie me cree, pero es verdad, soy una máquina. También pinto y dibujo, pero en realidad en lo que soy mejor es en el tenis de mesa. En las próximas entrevistas voy a pedir que me pongan una mesa y traigan unas raquetas, así lo podré demostrar”.

Fue en 2011 cuando la actriz fichó por Lancôme, firma de la que también son imagen Penélope Cruz y Julia Roberts. “Mi relación con Lancôme empezó con unas reuniones para conocer a la gente de la firma. Fue muy bien, conectamos muy rápido. La verdad es que me he involucrado mucho, hasta el punto de volver locos a todos los de la marca. Todo el proceso debe ser parte de mí. Si no, no hay recompensa en el trabajo”, comenta al respecto de la génesis y la morfología de su colaboración con la firma francesa como imagen de la línea In Love, compuesta a base de colores pastel, fucsia y demás aproximaciones al universo juvenil con un aire inocente. “Debes tener cuidado con la forma en que trabajas con firmas tan grandes como esta”, insiste. “Es un trabajo grande. Debes sentirte cómoda hablando del tema. Si no, se vuelve el asunto muy poco auténtico y difícil para ambas partes. Para mí, es bueno, disfruto el maquillaje desde muy joven. Me encanta crear looks diferentes, he trabajado con grandes maquilladores y de todos trato de aprender. Además, la marca es francesa, tiene una sensibilidad muy de aquí, que es algo con lo que conecto. Crecí en Francia”. Esta tarde, cuando acabe de responder preguntas sobre belleza y carrera y se le haya pasado el jet lag que lleva encima, pasará a ver a su abuela, algo que, aunque poco tiene que ver con su carrera y menos con su belleza, es lo que más le gusta hacer cada vez que visita París.

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