Volcada en su faceta de actriz desde que terminó la universidad, tras la nueva película de Amenábar se convertirá en princesa Disney. Pero en su vida ha asumido otro papel importante: luchar por la igualdad de género.
El 20 de septiembre de hace un año, a Emma Watson le entró miedo. “Me temblaban las manos. No era consciente de que iba a hablar en una sala de ese tamaño y ante tanta gente”. La actriz británica sacó unos folios y durante 12 minutos desgranó en un discurso inteligente, desarmante y bastante emocionante la importancia de la igualdad de géneros. Esos 12 minutos empezaban así: “Hoy lanzamos una campaña bautizada HeForShe. Estoy ante ustedes porque necesitamos su ayuda. Queremos finalizar con las diferencias de género y para ello necesitamos involucrar a todo el mundo”. Ese “ustedes” era la Asamblea de Naciones Unidas, y Watson, embajadora de buena voluntad de ONU Mujeres, dio un paso adelante que la ha convertido en voz de una generación.
Un año después, Watson (París, 1990) estrena Regresión, de Alejandro Amenábar. Hace ya tiempo que dejó de ser Hermione Granger, el gran personaje femenino de la saga Harry Potter —“pero no olvido todo lo que supuso entonces, y que mi carrera arrancó ahí”—. Watson es hoy una actriz que escoge con sumo cuidado sus trabajos (no tiene película mala), una mujer que se apunta a diversas campañas benéficas y de concienciación, y un icono de la moda. Y se ha licenciado en Literatura Inglesa en la Universidad de Brown, en Providence (EE UU).
A sus 25 años mide con sumo cuidado sus pasos: “Me llegan muchos guiones, cierto. Solo selecciono los que me lleven a rodar con artistas apasionados, directores que entiendan qué es un actor. Y créame, no hay tantos. Otro de mis criterios es que la historia me afecte y suponga un reto. Leo todos los guiones que puedo, aunque mi agente tiene muy claros mis gustos”. Y no solo controla la parte artística: “Aún me ruboriza y me choca la capacidad que tengo de influir sobre otros. No estoy muy segura de si llego a mucha gente, pero desde luego me preocupa, intento canalizar esa influencia a causas que merezcan la pena. Tengo la energía que tengo, y no la desperdicio, así que elijo con cuidado y espero no quedarme en el ‘Yo’, sino en que a través de mí la gente se entere de iniciativas interesantes”.
Un propósito vital
De ahí su aparición en la ONU. “Se ve claramente que empecé nerviosa [risas]. Pero era algo que quería hacer. Si llego a conocer previamente el sitio y la cantidad de gente que había, no sé yo… En fin, era importante y necesario”. En España hay un debate sobre la conveniencia o no de que los actores expresen públicamente sus opiniones políticas. Watson ha elaborado un mandamiento para afrontar esa situación: “Es sencillo. No hago comentarios políticos dentro de Reino Unido ni sobre asuntos locales. Solo me refiero a problemas internacionales. Aunque no sé si cambiaré en el futuro, por ahora me funciona”. Y ese segundo trabajo le ha dado “un propósito vital”: “Da sentido a muchas de mis decisiones. Y es muy satisfactorio sentir que llegas a la gente y ver la respuesta a algunas de tus acciones”. Entre otras asociaciones, Watson colabora con CAMFED International, ONG británica que trabaja en zonas rurales del continente africano para escolarizar niñas; con People Tree, una marca de moda de comercio justo, y ha recaudado fondos para Global Green USA, otra ONG centrada en la sostenibilidad y la preservación del medioambiente. “Sin embargo, ante todo, soy actriz, con intenciones en algún futuro de dirigir. Paso a paso, aún tengo que conocer realizadores de muy distintas sensibilidades”.
A los seis años, Watson ya estaba devorada por las ganas de actuar, y por eso acudió a una escuela de interpretación en Oxford. Con 10 años, ya estaba en el rodaje del primer Harry Potter. “Para hacer este trabajo tienes que mantener cierta obsesión. Cuesta mucho, paso más de 200 días al año fuera de casa, investigas en la vida de otras personas mientras sacrificas la tuya propia para convertirte en otra… Definitivamente, es una obsesión y no una pasión”.
De su antepenúltimo trabajo, la británica tiene muy claro su esencia, el motivo por el que se enganchó al proyecto: “La semilla del diablo es una de las influencias de Alejandro para realizar Regresión, porque la película homenajea a diversos clásicos, referencias poderosas que conectan con el público”. Y porque encontró a un cineasta capaz de “entender que hay un guion pero que también hay actores, un creador que dejaba aportar”. Su Ángela Gray, desencadenante del terror y del misterio que describe la película, parece acotada a un tiempo y un lugar. Parece, porque Watson pronto dedujo que importaban los ecos universales de la historia de una chica que, en el fondo, solo está pasando miedo. “Empecé, por ejemplo, ensayando un acento cerrado de Minesota, pero lo acabé suavizando, porque podía haber ocurrido en cualquier parte de Estados Unidos, y probablemente de todo el mundo”.
Watson ya ha rodado una versión de La bella y la bestia, inspirada en la versión musical de dibujos animados de Disney —“Sí, he tenido que cantar; como actriz te puedes esconder detrás de los personajes, pero cuando cantas irremediablemente queda algo de ti, hay algo puro ahí, y he sentido una gran evolución artística al desarrollar mi voz”—; ha acabado Colonia, junto a Daniel Brühl, sobre la infame Colonia Dignidad fundada en Chile en los sesenta —“Es mi primera película marcadamente política, era el momento”— y rueda el thriller The Circle. “Acabé la universidad y tengo más tiempo”. Del que muy poco dedica al mundo de la moda: “Reconozco que cuando no trabajo me interesa más bien poco. Pero entiendo su importancia en el mundo del cine, de la promoción de mis películas. Y volviendo a las influencias, intento ser consecuente y cuando me visto, elijo con sumo cuidado la marca. Sí, miro sus políticas laborales y no olvido que hasta la ropa tiene su ética”.